La "vida natural" y sus muchas caras...
El otro día me dio por hacer mi propio yogurt con lactobacilos, los aquí llamados "búlgaros". En mi país les llamamos "pajaritos". Extraño nombre, ahora que lo pienso. No vuelan ni tienen forma de ave, aunque algo de pájaritos tienen. Tal vez podría llamarseles palomitas por lo blanco, pero la interferencia semántica con las palomitas de maíz es tan fuerte que esa idea de comerte esos bichitos a manadas como si estuvieses en el cine me hace estremecerme y rechazarla vehementemente. Revisando wikipedia, me doy cuenta de que su nombre es Lactobacillus bulgaricus, así que esta vez los mexicanos parecen tener un nombre más "cientítico" para estos bichos. Aunque yo prefiero seguir llamándolos "pajaritos".
Una frase curiosa que descubrí en la enciclopedia libre respecto a estos bichos es la siguiente:
Estos productos han sido importantes en la historia del hombre, las fermentaciones han sido utilizadas por siglos en muchos países y su origen se pierde en los albores del tiempo.
¿O sea que los pajaritos bulgáricos han venido acompañando al ser humano desde las épocas prehistóricas; desde que Prometeo le robó el fuego al gil de Zeuz? ¿Son otros fieles compañeros del Hombre, al igual que el perro?
Yo diría que sí, que son fieles compañeros del Hombre, al igual que el perro desde tiempos de Prometeo y su fiel cachorro.
Estos que tengo ahora me los consiguió una EX-amiga, que cuando era amiga me los pasó en un frasquito de mermelada con un resto de leche. Desde que los adopté, todo ha sido pura prueba y error; experimentación cariñosa que tu haces para conocerlos y desarrollar una relación simbiótica con las colonias de pajaritos: La cosa es fácil: tú les pones la leche y ellos te la trabajan y te producen yogurt. Pero cuánta leche, cuánto tiempo, qué temperatura y qué proceso de filtrado y dónde guardarlo y cómo reducir o frenar la producción, ya requiere que los conozcas más.
Y es esta cualidad del vínculo que tengo con mis pajaritos, queridos lectores, lo que más me llama la atención de todo esto. Estoy desarrollando un afecto especial por mis bichitos que me dan yogurt; una relación de afecto, que perfectamente podría ser recíproco. ¿Cómo no me van a querer mis pajaritos bulgáricos si de mi depende la continuidad de la existencia de todas sus colonias? Aunque estoy pobre, siempre me alcanza para comprar un litro de leche para mis niños. Y es que lo maravilloso de esto es que su sustento depen`e de ti y el tuyo de ellos, aunque en menor medida, claro está. Pero de todas formas, es un prato justo que hago con un sindicato de organismos unicelulares.
Ahora bien, no quiero caer en una relación microcapitalista láctea, en donde yo me vuelvo una especie de Patronal de la Leche y ellos los explotados y albos lacto-proleparios. Quiero, en primer lugar, ofrecerles lo que probablemente sea más importante para ellos: un medio para su conservación y reproducción. Y aprovechar su exquisito yogurt para estar más saludable, compartirlo y, sobre todo, promover en mis hermanos humanos la toma de conciencia de estos seres (que nos acompañan desde tiempos de Prometeo) para que los sigan cuidando.
Por último, sobre el yogurt en sí: he estado probando distintas formas de preparación. Una buena forma es esperar que la leche se corte, botar casi todo el suero y quedarse con el yogurt puro. Ese yogurt lo he mezclado con manzanita picada y miel; con platanos molidos; con mermelada de fresa; con esencia de vainilla... Las combinaciones son ilimitadas. La última que se me ocurrió fue echarles duraznos en conserva picados en cubitos y endulzarlo con el mismo jugo de duraznos. ¡Quedó espectacular!