domingo, 4 de mayo de 2008

Esta mañana...

En las historias que se escriben, a veces yo no quiero hablar de muchas situaciones diarias, a veces no tan rutinarias que van dandole forma y estilo a tu vida; parecen ser tan cotidianas que no vale la pena mencionarlas, como mis desayunos, lo que haces al despertar, la luz que se filtra en las persianas, la música que no para de sonar...

Aquí les cuento un fragmento de ese tipo de cosas que quedan en el tintero. Quiero ver qué tipo de texto queda, a modo de experimento.

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Desperté espontáneamente a eso de las 7:10 AM. Extraño, considerando que tuve un carrete hasta las 3 y tanto anoche. Desperté, fui al baño y seguí durmiendo. Cuando desperté de nuevo el sol ya estaba alto sobre el ventanal de mi pieza, que ocupa toda la pared este y por donde detrás de los edificios capitalinos aparece como a eso de las 9 un sol bastante abrasivo para quienes quieren dormir más.

Me levanto, me despercudo. Mi pijama nuevo resultó ser delgado, pero abrigador. La magia del polyester. Decido ponerme la misma ropa de ayer, la camisa escocesa y los jeans, más mis zapatos dorados de robot, pero de robot imaginado por los Hombres que vivieron el siglo XVIII.

Me duele mucho el ojo derecho. Algo me pasa, anoche casi no podía ver y sentía una basura constante en mi mirar. Es complicado cuanto tienes esa sensación de que tus lentes de contacto se empañan. Ahora, sin lentes ópticos ni de contacto, siento algo extraño. Llego a una conclusión: Así como ahora tengo costras que antes no tenía en la herida que me hice haciendo una rueda sobre una banca metálica, también tengo algo así como una costra en el ojo. Después de intentar quitarme esa molestia, me resigné, me tiré a la cama y me autoprescribí reposo absoluto por al menos media hora. Es domingo, no hay problema.

Después de esa media hora me siento mejor. Quiero tomar desayuno. Llevo la bandeja con un plato y cubiertos sucios que están en la mesita que uso para comer, y a veces, para trabajar en cosas que no requieran mi computador. Al llegar a la cocina dispuesto a lavar mi loza, me encuentro con la suciedad invasora de lo que quedó del día anterior. Decido hacer mi acción patriótica del día y lavo toda esa loza... en cualquier caso, yo también contribuí a esa suciedad. 15 minutos lavando mientras suena a la distancia, entre el corredor, la música de Explosions in the sky, grupo de post-rock intrumental triste para días invernales. Canciones ambientales que son difíciles de distinguir unas de otras, pero que me están gustando mucho. Pulgar y medio arriba. Me doy cuenta que cuando el día esta soleado como hoy se forma una nueva gestalt, y la música azul que te inspiraba nostalgia ahora me empieza a inspirar esperanza.

Viendo que en la cocina estaba, por una parte, la olla grande casi llena de rotkohl que estuve haciendo ayer por una hora, y por otra, un bol con algo de puré instantáneo que se hace mezclando lo que viene en la caja con agua caliente y revoliendo y ¡ya está!, decidí hacerme un desayuno poco convencional de rotkohl y puré, acompañado por una taza de mi ya típico Ecco.

Estuvo riquísimo. En parte eso fue lo que motivó a escribir esta entrada, sobre todas esas cosas que pasan en tan poco tiempo. Dicen que el tiempo pasa cada vez más rápido a medida que vas envejeciendo. Bueno, me parece que esta mañana del 4 de mayo está corriendo bastante lento ahora que escribo estas líneas.

Después de este relato, se me confirma que cuando tú cuentas un episodio de tu vida en detalle, aunque sea muy cotidiano, te das cuenta que ese episodio da para una película. Una película alternativa de cine arte, quizás, en donde no importan tanto las persecuciones de autos ni los peligros por los que pasa el protagonista ni los complots de la CIA, sino esa cotidianeidad trascendental, al puro estilo zen.

Están invitados, estimados lectores, a hacer de su mañana una historia que a ustedes les guste escuchar.

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