miércoles, 1 de junio de 2011
El Lustrabotas
Venía en una 508 desde Ñuñoa con el choclón de gente de vuelta del trabajo. Chocamos contra un árbol porque una 407 nos echó la micro encima. Pero eso no importa.
Estaba en Puente con Santo Domingo, caminando hacia la Plaza de Armas. Entre todos los comerciantes con sus carritos, mesas y manteles en el piso veo a un lustrabotas con todo su equipo. Pienso en que llevo mis zapatos de hace cuatro años atrás, herencia de mi papá, que probablemente ya los había usado unos 2 años. Todos empolvados y con una especie de costra que recubre el café oscuro del cuero. Me digo a mí mismo: "Con unos zapatos brillantes puedo ser todo un galán." Me siento en el lustrín.
El lustrabotas es viejo, moreno. Está con las piernas abiertas en un ángulo de 90º abierto hacia el lustrín. A su derecha, un paño con el arsenal de escobillas, betunes y unas botellas con líquidos misteriosos de distintos colores de zapatos. A su izquierda, una silla de ruedas con un adhesivo de cruz de malta amarilla sobre un círculo azul. Tiene suerte, es del 10% de discapacitados que tiene trabajo remunerado.
- Qué hora es, mister? - Me pregunta.
- Deben ser como las seis y cuarto - Veo mi reloj que dice las 6:23. - Las seis veinte, casi le achunto... ¿Hasta qué hora trabaja usted?
- Hasta las siete no más.
Comenzó a cepllarme los zapatos con su escobilla sin untar, sacando las costras de polvo.
- ¿Desde qué hora que está trabajando?
- A las 5 de la mañana ya estoy por estos lados. A las 6 empiezan los desayunos en la vega
Creo que se refería a los desayunos que dan en la Recoleta de San Francisco. Me contó que se pone en ese lugar desde las 7 de la mañana. Mientras hablaba, me aplicaba con un paño uno de esos líquidos misteriosos del color de mis zapatos.
- Llevo lustrando desde los 10 años, antes de que tú nacieras. Cuarenta y cinco años lustrando. Y tengo cincuenta y cinco. Y mira, ¿me veís una cana?
Efectivamente tenía su cabellera negrita. Me acordé de que los mapuches viejos se enorgullecen de que muchos siguen manteniendo su pelo negro, sin canas.
- Disculpe, ¿usted en mapuche?
- Mapuche serái vos. Yo soy un santiaguino moreno.
Ahora sacaba brillo a los zapatos con otro paño. Mis zapatos quedaron relucientes y me sentí, por primera vez en mi vida, un caballero.
Nos despedimos deseándonos una sincera buena suerte. Seguí caminando lento hacia la Plaza de Armas.
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