Fue como la decisión tonta, como el tontearse y tomar una decisión que es hermosa, pero desconocida, como una bruma arcoiris que da lo mismo si se disipa o no. El día se mañaneó fácil; nunca supe cómo era el ringtone que nos despertó. Mi cuerpo se responsabilizó hormonalmente. El plan se nos fue armando como con un juego magnético de acciones y reflejos: te movías y los campos magnéticos hacían que algunas piezas (que eran posibilidades para el día) se acercaran y otras piezas (las posibilidades que no fueron), se alejaran.
Fue ligero equipaje para tan intenso viaje.
Me declaro mañanero frustrado. Lo supe cuando sentí el placer de comenzar un día fuera de mi ciudad habitual a eso de las 9 y media, lleno de expectativas. Una señora nos habló de Jesus. La echamos a sonrisas heréticas. Nos fuimos donde la Nancy. No sé si se llama así la señora de la hostal que nos recibió, pero da lo mismo, la llamaré Nancy. Sí, es Nancy. Esa casa que es como el alter-hogar de mi casa de República, pero en Valpo. Distinta, pero igual que siempre, allá en Avda Uruguay, subiendo el cerrito, para el que sabe...
Quisimos ir a los cerros lejanos y camuflados de cotidianeidades populares coloridas. "Subimos en picada", aunque siguiendo la cadencia histórica de nuestros paseos. El sol estafaba al invierno con un verano porteño. La verticalidad frente a lo oblicuo se te pega en las piernas; en los gemelos. Tuvimos que comprar dos manzanas y un plátano por $200.
C. Merced, C. Las cañas y C. Ramaditas. No sabía que un cerro podía tener ese nombre tan infantil. Una infantil viejecita nos dijo que en realidad estábamos lejos. Más allá estaba sólo el bosque; el bosque de Valpo.
Al almuerzo, calle y choripan; tecito y anticucho en la O'Higgins. Y partimos a recorrer ese museo adonde se sale por Aldunate con Ferrari. Retrocedimos por los cerros pintados por manos doctas y profanas. Pasamos por esos cafés y esas hostales que también están pintadas. En realidad todo estuvo pintado con spray y con mosaicos pegados a los asientos semicirculares.
Salimos con una cosa redonda y grande que se comía como única figura en la mente compartida. ¡Pero no! Teníamos que ir a Playa Ancha. (Y el sol de verano porteño estaba poniendose rojo de verguenza). La micro nos cobró $300 y llegamos a una explanada con dos arcos de fútbol en una nada redonda y polvorienta en donde el viento jugaba de arquero y siempre la tiraba para afuera. Nos fuimos pa' otro lado y nos devolvimos para el mismo. El sol nos pidió que lo siguiéramos para recibir su beso crepuscular frente al mar, allá, en La Piedra Feliz. Nunca pensé que ibamos a llegar allá. Sinceramente, pensé en que nos podíamos matar ahí, siendo leyenda de cueca chora; que en realidad el suicidio hubiese sido el máximo regalo, el fin del ciclo de dos años y dos seres que se despedían...
¡Pero no!
Las gaviotas salieron revoloteando por sobre las cabezas que se besaban con ese faro y el SHOA de fondo. Sí, el SHOA. Fotos al sol poniéndose, que era como un recordatorio galáctico de que no somos nada.
La noche se caminó por el camino más largo. Todos se tiraron desde LA PIEDRA FELIZ mientras nos volvíamos a ese territorio que según yo era el fin de Valpo, ese fin militar. La luna flotaba sobre Viña, en celo. Pasamos por la U Católica de Valpo; un castillo feo. Todo se hizo grande llegando al puerto, incluido el dolor de nuestros pies. La noche se nos pegaba como tohalla mojada en el cuerpo. Así caminamos y caminamos, volviendo a pensar en esa cosa redonda y gigante que se come.
El domingo en la noche de Valpo fue luminoso, sabroso y fogoso. (se quemó el alcohol hasta el retozo). Espesamos nuestro sueño cansado entre maderas martilladas por un maestro demoledor ("Tranquila señora, déjeme martillarle los cimientos de la casa pa' que se le venga toda abajo").
25 de Julio para el calendario gregoriano. El día sin tiempo para el calendario maya. Un día que no se olvida es siempre hoy.
Fue ligero equipaje para tan intenso viaje.
Me declaro mañanero frustrado. Lo supe cuando sentí el placer de comenzar un día fuera de mi ciudad habitual a eso de las 9 y media, lleno de expectativas. Una señora nos habló de Jesus. La echamos a sonrisas heréticas. Nos fuimos donde la Nancy. No sé si se llama así la señora de la hostal que nos recibió, pero da lo mismo, la llamaré Nancy. Sí, es Nancy. Esa casa que es como el alter-hogar de mi casa de República, pero en Valpo. Distinta, pero igual que siempre, allá en Avda Uruguay, subiendo el cerrito, para el que sabe...
Quisimos ir a los cerros lejanos y camuflados de cotidianeidades populares coloridas. "Subimos en picada", aunque siguiendo la cadencia histórica de nuestros paseos. El sol estafaba al invierno con un verano porteño. La verticalidad frente a lo oblicuo se te pega en las piernas; en los gemelos. Tuvimos que comprar dos manzanas y un plátano por $200.
C. Merced, C. Las cañas y C. Ramaditas. No sabía que un cerro podía tener ese nombre tan infantil. Una infantil viejecita nos dijo que en realidad estábamos lejos. Más allá estaba sólo el bosque; el bosque de Valpo.
Al almuerzo, calle y choripan; tecito y anticucho en la O'Higgins. Y partimos a recorrer ese museo adonde se sale por Aldunate con Ferrari. Retrocedimos por los cerros pintados por manos doctas y profanas. Pasamos por esos cafés y esas hostales que también están pintadas. En realidad todo estuvo pintado con spray y con mosaicos pegados a los asientos semicirculares.
Salimos con una cosa redonda y grande que se comía como única figura en la mente compartida. ¡Pero no! Teníamos que ir a Playa Ancha. (Y el sol de verano porteño estaba poniendose rojo de verguenza). La micro nos cobró $300 y llegamos a una explanada con dos arcos de fútbol en una nada redonda y polvorienta en donde el viento jugaba de arquero y siempre la tiraba para afuera. Nos fuimos pa' otro lado y nos devolvimos para el mismo. El sol nos pidió que lo siguiéramos para recibir su beso crepuscular frente al mar, allá, en La Piedra Feliz. Nunca pensé que ibamos a llegar allá. Sinceramente, pensé en que nos podíamos matar ahí, siendo leyenda de cueca chora; que en realidad el suicidio hubiese sido el máximo regalo, el fin del ciclo de dos años y dos seres que se despedían...
¡Pero no!
Las gaviotas salieron revoloteando por sobre las cabezas que se besaban con ese faro y el SHOA de fondo. Sí, el SHOA. Fotos al sol poniéndose, que era como un recordatorio galáctico de que no somos nada.
La noche se caminó por el camino más largo. Todos se tiraron desde LA PIEDRA FELIZ mientras nos volvíamos a ese territorio que según yo era el fin de Valpo, ese fin militar. La luna flotaba sobre Viña, en celo. Pasamos por la U Católica de Valpo; un castillo feo. Todo se hizo grande llegando al puerto, incluido el dolor de nuestros pies. La noche se nos pegaba como tohalla mojada en el cuerpo. Así caminamos y caminamos, volviendo a pensar en esa cosa redonda y gigante que se come.
El domingo en la noche de Valpo fue luminoso, sabroso y fogoso. (se quemó el alcohol hasta el retozo). Espesamos nuestro sueño cansado entre maderas martilladas por un maestro demoledor ("Tranquila señora, déjeme martillarle los cimientos de la casa pa' que se le venga toda abajo").
25 de Julio para el calendario gregoriano. El día sin tiempo para el calendario maya. Un día que no se olvida es siempre hoy.
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