viernes, 27 de julio de 2012

Un Año en México


El 25 de Julio pasado, (el día sin tiempo para algunos) cumplo 1 año viviendo en México y de corrido. Llegué acá como pollito amarrado por las circunstancias y ahora resulta que me he convertido en un tremendo gallo, aunque toavía amarrado por algunas circunstancias. En todo caso, he aprendido un montón de trucos estando por acá y, más allá de eso, soy un hombre radicalmente distinto del que salió de Chile.. ¿En qué he cambiado estando acá? Nunca podré dar una respuesta completa a esta pregunta, pero adelantaré algunas cosas.


Salí de mi país y de su burbuja geográfica y epistémica. Al salir de Chile, me doy cuenta de que los chilenos tendemos mucho a creernos los cuentos que nos contamos nosotros mismos. Somos sordos, aunque hablamos fuerte, y ese hablar fuerte contribuye a nuestra sordera.  No sabemos escuchar al compañero de al lado, ya sea con los oídos, con los ojos o con el corazón. Los hermanos del norte me han enseñado a que no puede haber una decisión tomada que te afecte a ti sin antes haberte escuchado. A menos que estemos en guerra, claro. A veces hay que tomar las armas, en más de un sentido. Esa es otra cosa que me han enseñado mis hermanos y hermanas de acá.


Aprendí que aquí muchos te dicen A y nunca te van a decir que de verdad, es B, aunque todos lo sepan, o sea que no para todos es importante la coherencia entre lo dicho y lo hecho. Que se puede vivir diciendo algo y haciendo lo contrario sin culpa y por mucho tiempo, aunque usted no lo crea.


Me doy cuenta de que soy el embajador de Chile en México. No estoy en la embajada allá en Polanco, pero represento a mí país frente a todos los que me han recibido aquí. Me gusta hacerles creer que todos los chilenos hablamos así, que todos tenemos conciencia crítica, que todos apoyamos la autonomía del pueblo mapuche, que todos los chilenos queremos que se le pague la deuda histórica a Bolivia entregándole una salida al mar, que todos los chilenos creemos que las marchas no son suficientes y muchas otras cosas más que en verdad son mías y que lamentablemente, son compartidas por una minoría conciente de ciudadanos y actores sociales de mi país.


Aprendí a sobrevivir con poco dinero. Y a ponerme la misión de erradicar al máximo posible los vínculos de dependencia económica con los llamados "dueños de los países".


Aprendí a domesticar a la burrocracia, aunque siempre está el riesgo de que te sigan jodiendo. Aprendí a valorar lo personal por sobre lo impersonal del cargo y a ganársela a los absurdos sistemas apelando a las sonrisas y a las ternuras de los funcionarios, sobre todo, de las funcionarias.


Tuve que perder a personas y seres a los que amé.


Aprendí a no descartar automáticamente a los mendigos o a los semi-mendigos (a los que les compras algo por lástima); a cruzar las miradas, esperar un par de segundos y a evaluar ahí qué acción puedo ofrecer. Pero sigo pensando que el darles dinero fomenta la mendicidad y que la acción de responsabilidad social podría adjudicárseles a aquellos que tienen más recursos.


Aprendí a tener amigos, pero de verdad. Esto es importante.


Aprendí a relativizar las cosas que no salen bien y que al parecer nunca saldrán bien.


Produje muchos miles de glóbulos rojos para adaptarme a los 2300 m.s.n.d.m. de acá. Sigo trotando y andando en bici.


Aprendí que las diferencias pueden unir y no separar, cuando hay una fraternidad de fondo y cuando no nos paquearnos entre nosotros para ver nuestras desviaciones respecto a normas fantaseadas que nos violentan a todos.


Pasé de ser un chico autista y solitario a tener tantos amigos que no puedo dar abasto para vincularme con todos. Ahora eso es lo que me angustia.


Ahora puedo reconocer que echo de menos a mi mamá y a esas piscolas o ron-colas del veranito en el patio de la casa. Echo de menos lo que puedo enseñarle a la Alondra. Echo de menos seguir viviendo con la Jsefa y la Carlota, a quien extrañaré por siempre.


Aprendí que puedes mandar a la chucha al gobierno, al estado y a toda su estructura y construir tu propio mundo en donde caben muchos mundos. Esto lo aprendí de los zapatistas.


Aprendí que no importa de donde eres, sino hacia donde vas. 


Me he puesto tremendamente intolerante con cosas que son tremendamente violentas y tremendamente incuestionadas.


Sigo pensando que con algunas personas, lo mejor que puedo hacer es retirarme sin decir nada en menos de 10 segundos, como ya lo he hecho en varias ocasiones.


Y así como vamos, me siento preparado para socavar los fundamentos materiales y culturales del mundo en que nací y refundar colectivamente espacios de resistencia, de autonomía y de disfrute.


Un poco así ha sido este año. Gracias a tod@s l@s que contribuyeron a que esto fuera y siga siendo así.

No hay comentarios: