miércoles, 13 de abril de 2011

El Ser del Sur.

Es la humedad que entra por tus narices cuando respiras, llena de aromas pastosos, llena de frío húmedo.

Es el árbol o las oscuridades arbóreas que están siempre en tu retina, con ese verde azulado, que también es húmedo.

Es la lluvia intermitente e imprescindible, que se cae y te limpia; que te azota con el viento contra los tejados o te moja finito, con un sol cómplice.

Es la acera mojada y el asfalto, que están vivos y saludan tus pies cubiertos por botas gruesas con su barro.

Es el olor a leña quemada que condimenta tus paseos urbanos y rurales por esa Tierra y ese barro y esa casa y esa leña.

Es el alcohol que le arrebatas a la noche y al frío y a las estrellas que a veces se van y a veces vienen, como el viento, como el mar.

Es la mirada sosegada y la palabra tranquila de la mujer del negocio con sus empanadas y sus mantas de tejido de ovejas mojadas por las lágrimas del olvido.

Es la ciudad asediada por el pewen, que sale de adentro y de afuera y de abajo y de arriba y de nunca y de siempre.

Es el diario regional que te saluda con noticias raras, noticias mojadas y frescas como un pescado a la venta; pescados informados de noticias y rumores de viejas sirenas.

Es el pan amasado con chicharrones y la sopaipilla a la once, once acompañada de viejitas gordas y sonrientes, sonrientes y gritonas, gritonas y abrigadoras, abrigadoras y perdidas finalmente.

Es la nostalgia de las tierras que se abandonan y que te esperan abandonadas, como la madre que ve partir a su hijo al mar y su hijo regresa del mar, llorando.

Es la carne ahumada, el pescado ahumado, la longaniza ahumada; la vida ahumada.

Es la sangre derramada que nutre la tierra y nutre el odio, al mismo tiempo.

Es la distancia, la lejanía y la indiferencia hacia el centro gris.

Es la llegada.

Es el sur.

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