jueves, 28 de abril de 2011

Destruir o no destruir... esa es la cuestión

Antiguamente, y producto de la dinámica de falsa armonía y de ignorar los problemas para aparentar bienestar, dinámica que tanto acomodaba a mi particular y difunto padre, he generado una especie de fobia a los problemas latentes en las relaciones humanas. Un rechazo organísmico a aquellas situaciones en que estás obligado a aparentar que no hay problema con el fin de mantener una estructura social que, aunque problemática, sirve para algo, o te sirve para algo.

Mi opción siempre fue la siguiente: explicitar la pelea y el conflicto antes de que reviente por si solo. Buscar el choque para destruir una relación poco gratificante. Sonreir cuando un falso amigo se transforma en un verdadero enemigo.

Con el tiempo he aprendido a contener los aspectos negativos de una relación para utilizar esa relación. Uso el término "contener". No uso el término "tolerar", pues implica una deslegitimación del otro que tú toleras. Un católico tolera a un musulman, pero sigue pensando que su fe es la correcta y que la del musulmán es la equivocada. El discurso de una única deidad y muchas manifestaciones no lleva a la tolerancia, lleva a la admisión de la diversidad religiosa, que es distinto, pues legitima la religión del otro.

Pero la contención siempre implica un esfuerzo, un cansancio y una lucha interna. Se pelea una parte tuya contra otra parte tuya. Eso cansa. Es un alivio cuando tú enterito estás contra un enemigo externo. Tener enemigos me alegra y me relaja. Enemigos dignos, eso sí, no aquellos que no estén a la altura del conflicto, como dice Fito.

El caso es que ahora último me ha tocado conocer a sujetos con los que normalmente me pelearía gustosamente, o bien me apartaría o ignoraría, pero con los que, sin embargo, no tienes la posibilidad ni de pelearte, ni de alejarte y que solo ocasionalmente puedes ignorar, pues esto implicaría disfuncionalizar la relación y destruirla. Esto generaría un efecto dominó, en donde todas las relaciones cercanas de ambos se verían afectadas por la destrucción de esta alianza central. Esto afectaría negativamente a cada uno de nosotros; es como agarrarse a balazos en un polvorín.

El problema son las constantes violaciones a la ética relacional con las que tengo que lidiar. Con violaciones a la ética relacional, me refiero a romper las barreras de equivalencia entre dos sujetos con atribuciones, socialmente otorgadas, que son similares. Por ejemplo, dos compañeros de curso de colegio. Si tienes a dos compañeros de curso, una violación a la ética la constituye el que uno esté obligado a regalarle la comida a otro. Está tipificada: es una forma de bullying. Es una violación a la ética relacional que un compañero de curso tenga que obedecer a otro. Distinto es el caso de una relación tradicional entre un profesor y un alumno, en donde las atribuciones, socialmente otorgadas nuevamente, son dispares casi apriorísticamente. El profesor enseña, el alumno aprende.

Una única violación a la ética es una falta gravísima. Cuando las violaciones a la ética se vuelven casi sistemáticas, la presión por destruir la relación e impactar, por reacción en cadena, a otros que probablemente sean personas respetables o incluso amadas, se vuelve cada vez mayor.

Así como van las cosas, creo que pronto voy a alzar una copa de un vinito muy especial que compré y voy a brindar, solo o acompañado, por el gusto de ver nacer a un nuevo enemigo.

miércoles, 20 de abril de 2011

Soledad Santiaguina

Esto de vivir en Santiago, sin plata y con poco apoyo es una soledad bien grande. Ahora que estoy aquí revisando las entrevistas de mapuches del sur, me imagino esa sensación de formar parte de algo, de estar conectado con tu comunidad. No sé si será porque hay mucha gente aquí en Santiago y finalmente, como somos muchos y no nos conocemos, se genera un clima de hostilidad y de egoísmo básico. Quizás si fueramos pocos, si vivieramos en casas bajas con un gran campo y animales pululando entre la hierba, el ver a un ser humano sería algo así como un evento especial. Se lo recibiría como a un hermano de la misma tierra. Se podría conversar de temas, compartir experiencias, que es como vivir más de una vida. Pero aquí, en donde personas no faltan, no está esa disposición a dialogar. Nadie tiene tiempo y nada puede esperar. Entonces los encuentros se vuelven superficiales, no íntimos. Los encuentros, son más bien, desencuentros, como diría Humberto Gianinni.

miércoles, 13 de abril de 2011

El Ser del Sur.

Es la humedad que entra por tus narices cuando respiras, llena de aromas pastosos, llena de frío húmedo.

Es el árbol o las oscuridades arbóreas que están siempre en tu retina, con ese verde azulado, que también es húmedo.

Es la lluvia intermitente e imprescindible, que se cae y te limpia; que te azota con el viento contra los tejados o te moja finito, con un sol cómplice.

Es la acera mojada y el asfalto, que están vivos y saludan tus pies cubiertos por botas gruesas con su barro.

Es el olor a leña quemada que condimenta tus paseos urbanos y rurales por esa Tierra y ese barro y esa casa y esa leña.

Es el alcohol que le arrebatas a la noche y al frío y a las estrellas que a veces se van y a veces vienen, como el viento, como el mar.

Es la mirada sosegada y la palabra tranquila de la mujer del negocio con sus empanadas y sus mantas de tejido de ovejas mojadas por las lágrimas del olvido.

Es la ciudad asediada por el pewen, que sale de adentro y de afuera y de abajo y de arriba y de nunca y de siempre.

Es el diario regional que te saluda con noticias raras, noticias mojadas y frescas como un pescado a la venta; pescados informados de noticias y rumores de viejas sirenas.

Es el pan amasado con chicharrones y la sopaipilla a la once, once acompañada de viejitas gordas y sonrientes, sonrientes y gritonas, gritonas y abrigadoras, abrigadoras y perdidas finalmente.

Es la nostalgia de las tierras que se abandonan y que te esperan abandonadas, como la madre que ve partir a su hijo al mar y su hijo regresa del mar, llorando.

Es la carne ahumada, el pescado ahumado, la longaniza ahumada; la vida ahumada.

Es la sangre derramada que nutre la tierra y nutre el odio, al mismo tiempo.

Es la distancia, la lejanía y la indiferencia hacia el centro gris.

Es la llegada.

Es el sur.

sábado, 9 de abril de 2011

El poder del contexto

Mira, este último tiempo no he escrito mucho. Quizás sea porque he dicho lo mío a tiempo y sonriente, como dijo Silvio. Sea como sea, no es que haya dejado de pensar o de verme haciendo las cosas que hago. Es que pienso en su momento y hago en su momento. He llegado a pensar que escribir es neurotizarse; es poner todas tus ides y tus cosas fuera del lugar en que deben ser dichas. Pero no. Escribir escomunicarle a otros tus experiencias y bla, bla, bla...

Bakan.

Resulta que esto de decir las cosas a tiempo, ya sea sonriendo o enojado o neutro (comprometidamente neutro), me hace sentir atento. Sobre todo en esos lugares y momentos en donde puedo afectar, para bien o para mal. Creo que no nos damos cuenta de lo mucho que podemos afectar diciendo algo mínimo, pero diciéndolo en el momento justo.

El problema es que ahora no tengo mucha energía para contar, descontextualizadamente, qué me pasa. Es como si el contexto me permitiera hablar, sentir, hacer y pensar cosas selectivamente. ¿Es que me estaré territorializando? Me está pasando lo que le pasa a algunas mujeres que he conocido que dicen muchas cosas y que después no pueden escribirlas o decirlas fuera de contexto. Lo bueno del asunto es que en general, ahora digo cosas más atinadas. Locas, pero atinadas.