viernes, 29 de junio de 2012

Los Pulques del Puente de Tacuba


Al empezar el día me reuní con Iván en el andén del metro La Merced. Salimos al mercado a comprar moronga en las carnicerías, unos chiles cuaresmeños, cebollas y epazote para cocinar allá en la pulquería. Le pedí que fuéramos al Mercado de Sonora, pues había leído una etnografía de los puestos en donde ofrecen sanaciones y productos para la realización de rituales mágicos. Fuimos al Sonora, pero estaba cerrado a eso de las 9 y media de la mañana. Al volver nos dimos un paseo por el mercado de dulces artesanales y por algunos callejones húmedos en donde caminabas al lado de las prostitutas que se repetían en cada cuadra.

Terminamos nuestra andanza por La Merced a eso de las diez y media de la mañana. Tomamos el metro rumbo hacia estación Tacuba. Iván venía con su guitarra en la espalda y una olla en una bolsa, además de algunas de las cosas que habíamos comprado en el mercado. Al salir del metro caminamos algunas cuadras por el sector lleno de calles y avenidas. Íbamos bordeando la Avenida Azcapotzalco, que colindaba con una vía férrea por donde aún pasa un tren de carga.

Nos sentamos al lado de uno de los pilares que sostienen la avenida Azcapotzalco, que tiene justo un paso sobre nivel. A un lado, sigue la vía férrea; al otro, algunas calles y avenidas que se intersectan. Tomamos un par de cubetas que estaban “guardadas” en el punto en donde el pilar se bifurca para sostener la autopista, que se eleva y se curva en lo alto. El piso es de tierra, aunque hay veredas que rodean el lugar en donde estamos sentados. Nos quedamos conversando sobre distintas dimensiones del pulque y su consumo.

Estábamos en eso cuando se nos acerca un “güero” con un bolso negro en una mano y un lustrín de lustrabotas en la otra. El sujeto tiene rasgos europeos y viste una camisa con los primeros botones desabrochados. El hombre se presenta con una actitud cortés y nos pide permiso para platicar con nosotros. Mi amigo Iván lo invita con un afecto cordial estándar, que he visto en muchos mexicanos cuando tratan con desconocidos, una especie de “cortesía hacia el desconocido” que invita, pero al mismo tiempo percibo lo suficientemente fría como para alejarse si el desconocido ya no agrada. El señor se presenta, pero no recuerdo su nombre. El hombre nos invita a un conchito de un licor que lleva en una petaca plástica; un destilado de maguey. Se la ofrece a Iván y toma un pequeño sorbo. Me la ofrece a mí y tomo otro. Nos empieza a contar su historia: era comandante de la policía federal y se había casado con una italiana, una mujer “así de alta”, indicando con su mano su altura de metro y setenta y cinco. Nos contó emocionado que tenía un hijo que fue una de las 64 mil víctimas de la guerra absurda de Calderón. Desde ese entonces se vino abajo y dejó la institución para dedicarse a lustrar botas.

A continuación le pide la guitarra a Iván, quien la saca de la funda y se la ofrece con cortesía. Nos dice que nos va a tocar un bolero de la década de los 40'. Me parece una hermosa canción. Después empieza a tocar una ranchera. Su voz retumba entre los anchos pilares y la pared que bordea la vía férrea al fondo de esa especie de “habitación abierta” que es el lugar en el que estamos.

En eso estábamos cuando se aparece por la calle Don Chon, un hombre mayor, de unos setenta años, vestido con jeans y camisa a cuadros, cabello de un color gris claro que llega a ser blanco. Iván me presenta como un amigo chileno que quería conocer el pulque. Nos saludamos y empezamos a conversar. Le dijimos entre los dos que nos habíamos conocido en la pulquería de Jumil, en Santo Domingo y que Iván me había traído a probar el que según él era el mejor pulque que se podía encontrar en el DF. Que habían mejores por el estado de Hidalgo y de Tlaxcala, pero que el pulque de Don Julián (así se llamaba el pulquero), era muy bueno porque “no pasaba por la aduana”.

Don Chon me contó que él tomaba pulque desde los 19 años. Que siempre había tomado en ese lugar, pero que en su juventud no había puentes ni calles ni nada, que era un sitio vacío en donde llegaba la suegra del actual pulquero a vender su producto. La ciudad había cambiado mucho desde ese entonces, pero la pulquería seguía ahí, al menos su “espíritu”. Me contó además que antes habían en los alrededores unas siete pulquerías y que, según contaba Helena Poniatowska, en México había una pulquería en cada cuadra.

Iván constató que nos faltaba el aceite para cocinar, así que fuimos a un supermercado cercano a comprarlo. Dejamos encargados nuestros bolsos y la guitarra. Al dejar el lugar ya venían llegando nuevos asistentes, hombres de unos 40 años para adelante. Al volver con el aceite, pasamos por el lado de el otro pulquero que ya había llegado. El atendía a un público más joven de unas cinco personas que ya estaban formando un círculo. Iván saludó a una mujer y un joven y me presentó, al paso, mientras seguíamos dirigiéndonos hacia donde los mayores. “Este pulque de acá también es bueno, pero a algunos les afecta el estómago”, me contó.

Al volver adonde el grupo de Don Julián, comenzamos a preparar el dispositivo que usaríamos a modo de parrilla: dos pedazos de tabique separados por unos 20 centímetros, en donde pondríamos algunas ramitas, papeles, envases de unicel y otros plásticos para comenzar a hacer el fuego. Cuando estábamos en eso llegó por fin la camioneta de Don Julián. Eran aproximadamente las doce y ya habían unas diez personas incluidos nosotros.

Nos costó trabajo prender el fuego, pues se apagaba una vez prendido y no se alcanzaban a prender bien los pedazos más grandes de madera, que iban a ser el principal combustible. Gracias a la ayuda de Don Chon pudimos prenderlo, pues nos consiguió pedazos de cartón de unas cajas que fueron suficientes para prender la madera. Cortamos la moronga con una navaja que había traído Iván y cortamos la cebolla. Los chiles los tiramos enteros a la olla. Mientras dejamos ahí la comida, nos dimos cuenta de que la olla iba a ser muy pequeña para la cantidad de animados comensales. No importa, Iván se propuso hacer dos tandas de comida.

Y empezamos a pedir los primeros 'pulmones' (o 'melones', entre muchos más nombres). Don Julián me ofreció del dulce y del fuerte. Tenía también aguamiel. Después de probar en un vasito plástico un poco del dulce y un poco del fuerte, me ofreció 'campechanearlos', o sea, combinarlos. El pulque tenía una consistencia menos ligosa que el que había probado en Jumil. Según Iván, hay pulques más o menos 'babosos', pero la baba del pulque de Jumil era “baba de nopal” con la que combinaban el pulque. El pulque de Don Julián era bueno “porque no pasaba por la aduana”. Me explicó que para ingresar pulque al Distrito Federal, los pulqueros o comerciantes normalmente pasaban por la aduana y los funcionarios no permitían el paso de pulque con una gradación alcohólica mayor a cuatro grados. El pulque de Don Julián, según Iván, “tiene entre ocho y nueve grados”.

Se hacía una ronda grande de asistentes y ya empezaba a “hacer hambre”. La comida estaba casi lista y enviamos a un chico a comprar tortillas, dos kilos. Según Don Chon, a la moronga todavía le faltaba un poco. Ya estábamos hambrientos cuando llegaron las tortillas, que depositamos en su bolsa sobre uno de las cubetas que fungió como mesa de centro. Así, cada cual podía pararse, tomar sus tortillas y hacerse su taco de moronga, o en su defecto, su taco de chile cuaresmeño cocido. Los primeros estaban divinos. La comida se acabó rápido y tuvimos que preparar pronto la segunda tanda.

Los asistentes estaban bien interesados en conversar conmigo. No muchos chilenos se pasan a servir un pulquecito por ahí. Llegó Cesar, mi amigo historiador, cuando la fiesta ya se había prendido. Iván empezó a guitarrear algunas de las canciones de Rodrigo González y otras del TRI. Parece que a los asistentes les gustaba más lo clásico de la música mexicana.

Y así pasaron los minutos y horas y pulques. No recuerdo, por más que lo intento, la cantidad exacta de pulque que tomé, pero ya el sol se había puesto cuando nos dimos cuenta de que la noche se había instalado y muchos asistentes habían partido. Ya nos preparábamos para despedirnos de lo que Cesar llamó “la pulquería metafísica”, en donde el tiempo pasó por arriba, sin alterar el espacio de encuentro y comunión que ya lleva varias décadas instalado en ese punto. Nos despedimos y partimos y sólo en ese entonces nos dimos cuenta de lo borrachos que estábamos. Resulta que el pulque, al ser una bebida alcohólica “viva”, sigue fermentando aún incluso después de que uno se la toma. Eso significa que después de que te has tomado tus pulques, te sigues emborrachando con el que tienes dentro. O sea que el viaje en el metro fue con un nivel de lucidez deplorable. Sin embargo, después de algunos inconvenientes (por ejemplo, Cesar se equivocó de andén y se fue a la estación terminal del norte, siendo que iba a la del sur), llegué a mi cama, siempre dispuesta a ofrecerme un lugar blando para pasar la borrachera.

domingo, 3 de junio de 2012

Manuel García en Radio UNAM




El viernes pasado tocó Manuel García en Radio UNAM. Es tercera vez que viene a Mexico. Lo pudieron escuchar algunos radiounamitas. Se hizo más conocido en Mexico.

Es muy difícil que un cantautor que vibra con los latidos profundos de un pueblo sea famoso en vida. A la Violeta y a Victor les pasó. Pero hay muchos cantautores maravillosos que están perdidos en la niebla de la cacofonía contemporánea. Son escuchados por sus amigos y vecinos.

Manuel García tiene muchos amigos, miles. Aunque probablemente él no los conoce a todos. No me conoce a mí, pero me declaro su amigo.,

¿Amigo o fan? Compleja pregunta. Cuando el canto de uno es el canto de todos el músico se vuelve reflejo de lo que somos. ¿Soy fan también de Vioeta y Victor? ¿Soy fan de Neruda y Bolaño? Los promuevo, los divulgo, los admiro y los disfruto (en eso estoy ahora ;) ). Pero me parece que la noción de "fan" fuerza y configura una cierta relación en función de una massmediatización imperialista.

Es interesante el hecho de que Manuel García cada vez es más querido por quienes lo escuchan. Y ese verbo me parece capaz de aunar voluntades. ¿Es más odiado también? Salvador Allende era muy querido y muy odiado, aunque por algunos pocos; pocos pero poderosos. AMLO es querido, pero con un cariño desconfiado, el cariño que se le tiene al "que salva" de los que están ahí. Más que cariño es menos desconfianza.

¿Alguien odia a Manuel García? Yo no he conocido a ninguno que lo odie. ¿Alguien odia a Silvio Rodriguez? Yo he conocido a personas que odian a algunos que escuchan a Silvio por su pose de revolucionario al peo en medio de un consumismo neoliberal recalcitrante. Yo también los odio. Pero ocurre algo con estos personajes, por ejemplo con la Gladys Marín, que es bien difícil odiarlos.

¿Qué será? ¿Qué será?