jueves, 21 de febrero de 2013

Receptividad Visual

Una cosa que me gusta del DF es que cuando estoy en una plaza o una micro, puedo mirar a una mujer desconocida y ella me sostiene la mirada, sin rabia, sin tensión. Este acto de conexión humana me estremece por su simplicidad y por el encanto que se produce. En los 3 o 4 segundos que dura el cruce de miradas, siento un encuentro y un reconocimiento de una igualdad elemental entre nosotros, independiente de nuestras diferencias y desigualdades.

En mi país, algo así sería una utopía. Una acción tan básica como mirar a la cara de otro ser humano causa incomodidad. No podemos ser tan humanos en la ciudad.

Esta actitud de recibir la mirada del otro puede tener un correlato más general en la capacidad de recibir la subjetividad del otro, ya sea escuchando su lenguaje, tratando de comprender su mundo subjetivo, o bien observando a esa persona en general, dedicándole nuestra atención, nuestro pensamiento y nuestros afectos, dejándole un "espacio psíquico" reservado.

En general, en esto de ser receptivo, mis hermanos mexicanos me han dado una lección importante, con y sin palabras, que intento aplicar a diario.

Me he encontrado con personas que intentan proyectar su subjetividad independiente de esa mirada del otro que fascinó tanto a Levinas. Estas personas no te miran. Para ellas, el mirar es algo agresivo, penetrativo, por lo tanto, actúan como si al mirarte estuvieran ofendiéndote. Efectivamente hay miradas cargadas de una tensión que hacen que el que mira se canse y el que es mirado también. Pero ese no es el único modo de mirar. La mirada puede ser receptiva, puede ser ligera como un pequeño insecto que se posa en una hoja sin dañarla. Esa mirada no cansa y permite articular receptividad con una búsqueda espontánea. También es una mirada cálida, tibia; a diferencia de la otra mirada que quema y destruye.

Muchos tenemos miedo de ser mirados porque estamos acostumbrados a miradas que están cargadas con la fuerza de la negación de la diferencia. Esa mirada es la mirada del examen así como lo entendía Foucault. Es una mirada que enjuicia y busca corregir. Porque es una mirada que teme a la diferencia legítima.

La receptividad también está en la forma en que aceptamos la corporalidad, la gestualidad y la distancia del otro próximo. Esta es una dimensión compleja y misteriosa de la interacción, pues nuestra propia corporalidad y actitud se acopla, cuando estamos receptivos a lo que nos muestra el otro y vice versa. Aún el rechazo es ya una forma de acoplamiento, sobre todo cuando no es un rechazo verbal.

El silencio es la base de este encuentro cotidiano y revitalizador con el otro. La palabra y la actitud proactiva hacia el otro tiene que ser moderada y siempre matizada con una actitud receptiva constante. El silencio es más básico y elemental que cualquier discurso. El discurso solo matiza y complementa el silencio. Si lo reemplaza, se destruye el silencio que permite el encuentro pre-subjetivo.

Esta es una reflexión para conribuir a generar y preservar situaciones de paz.


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