sábado, 26 de junio de 2010

El Pimienta

Estaba en Malloco hace algunas horas. Estuve buscando una dirección entre la feria libre de Troncal. Los números fantasmagóricos se desvanecieron dejándome con hambre después de caminar y recaminar la susodicha feria.

Preguntándole a un nativo sobre dónde almorzar, me recomendó "El Pimienta", una picá "en donde por dos lucas almuerzas bien". Quedaba por Camino a Melipilla, cerca del Montserrat de Malloco.

Una hermosa esperante de micro no me supo decir donde estaba la picá. Pasé por donde unos viejos que me preguntaron por el logo de mi credencial. "Es del centro de Microdatos, de la Universidad de Chile". "Adelante profesor", me dijeron.

Finalmente, después de vagabundear tuve que preguntarle a los viejos donde estaba la famosa picá.

Vi una reja que daba a una especie de botillería, toda llena de viejos. Viejos chichas. Cruzabas por una especie de puerta de franjas de plático que caían desde el marco, como era antes en una avícola que quedaba cerca de mi casa, o en esa parte de los supermercados en donde pasas a las bodegas. Adentro me esperaba un mesón ancho con un ángulo recto. En el ángulo interior, un archipiélago de viejos chicha que me miraban al entrar a su espacio. Al aproximarme tímidamente al mesón de cañas de pipeño, me saludaron los viejos. Pregunté si ahí servían colaciones. Me dijeron que tenía que pasar por una puertecita detrás del mesón. Un viejo en particular me hizo un gesto de "adelante", con las manos y me hizo pasar abrazándome y guiándome hacia el interior de esa gran casa dispersa de pipeño y cerveza.

Pasé al comedor. Ahí un mozo ad-hoc al lugar me preguntó qué quería comer. Las opciones eran cazuela y guatitas. Como se podrán imaginar, no me gusta la cazuela, así que opté por las guatitas a la jardinera.

Me preguntaron también por los bebestibles. Me imaginé la clásica pregunta: "coca, fanta o sprite?". Pero me sorprendió escuchar la versión de acá: "bebida, cerveza o vino?"... guau, otras opciones. Pedí vino. "Tinto, blanco o pipeño?"... Aquí me sorprendí. Pedí tinto. Una copita de vino al almuerzo es recomendada por los médicos.

Llegó un disco trigado enorme a modo de pan, y un pebre con fragmentos mayúsculos de tomate y cebolla acilantrados hasta lo invisible. Me trajeron también un bol de un repollo ahogado en limón. De ese repollo que es solo un envoltorio para el limón, que es lo que realmente quieres de ensalada. Eso, en gran cantidad.

Llegó además no una copita de vino, sino un vaso de 300 cc de vino. Como si fuera un buen vaso de bebida, pero de vino. Usté sabe que eso es mucho. Me sentí como coaccionado al alcoholismo, o bien, retado en mi masculinidad. No obstante, tenía que ir a evaluar niños después de esto y con esa cantidad de vino se me hacía ética y prácticamente complicado.

Descendió a mi mesa el plato de guatitas. Una especie de isla redonda de arroz en meseta, asediada por una horda de seres ondulados armados de arvejas y zanahorias, aliados con los porotos verdes, con un aura de caldo naranjo, casi como un himno bélico de la guatita. Finalmente, los fragmentos sensuales y ásperos derribarían la Fortaleza Blanca de los granitos, en un cruce que más que guerra parecía un abandono de los granitos ante el áura húmeda y jardinera, elástica y picante. En este almuerzo, ganó la entropía.

La copita de vino recomendada por los médicos fue trascendida, pero aún así, no quise tomarme más de la media caña de vino tinto. Todo por los niños.

El karma de todo esto lo sufrí en el bus, camino de vuelta a Santiago. Las 5 horas de sueño de anoche más un capítulo de "Rayuela", más el vinito y las guatitas configuraron un desideratum de sueño. No pude abrir los ojos hasta que estuve en Estación Central y la gente se bajaba en masa. Desperté con lucidez repuesta. Mi sentido aracnido siempre atento para no quedarme arriba del bus...

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